Grant B. Rommer

Fernando Osorio

Isabel Argerich

Jesús Cía Zabaleta




Introducción al libro 30 años de ciencia en la conservación de fotografía celebrada en Logroño

Grant Romer

La organización de esta conferencia fue un acto de profundo conocimiento, aprecio y generosidad. Reunió a muchas de las personas que establecieron y desarrollaron el campo de la Conservación de Fotografías. Angel M. Fuentes los conocía a todos.

Cada uno de ellos había respondido al cambio en la valoración cultural de la fotografía que se inició en la década de 1970 y que trajo la consideración de la fotografía como un objeto además de como una imagen. Diversas cuestiones habían provocado la percepción generalizada de que los fotógrafos y la industria comercial que producía los materiales fotográficos no podían o no respondían de manera suficiente a preguntas acerca de la estabilidad de los productos vigentes en ese momento, o de los requisitos para la custodia a largo plazo del legado fotográfico existente. Los ponentes de la conferencia habían captado enseguida que para poder evaluar adecuadamente las condiciones y requisitos de preservación de una fotografía era necesario entender cómo fue hecha y de qué estaba compuesta. Para adquirir esa capacidad, tenían que sintetizar compleja información técnica, histórica y estética que era de difícil acceso. En 1970 no había profesores de Conservación de Fotografías, únicamente estaban los que tenían interés en ella. Todos los que tenían ese interés tuvieron que aprender por sí mismos. Cuando se encontraban los que investigaban sobre lo mismo se enseñaban unos a otros. Finalmente, a lo largo de treinta años y mediante conferencias, seminarios, talleres y publicaciones, estas personas difundieron a nivel internacional el conocimiento adquirido con esta investigación común. Así se formó el campo.

La Conservación de Fotografías trata en realidad del «conocimiento» de la fotografía. de todos sus valores, que deben ser revelados antes de hacer cualquier uso de ella o de iniciar una intervención. El conservador de fotografías debe hablar por la fotografía muda y responder de forma precisa y con autoridad a las muchas preguntas que surgen ante ella. Ángel M. Fuentes fue uno de los pocos que podían hacer eso. y con ingenio y encanto inspiradores.

Él fue, a la vez, el mejor de los alumnos y el mejor de los maestros. el más agradecido de lo que le fué dado. el más generoso en dárselo a los demás. compartiendo libremente su apasionado aprecio por la fotografía y por las fotografías. Trabajó desinteresadamente y se sacrificó para avanzar en el desarrollo internacional de la materia, creando recursos y oportunidades que tendieron puentes entre los idiomas y las diferencias culturales.

Desde 2011 casi todo es diferente. La era de la dominación comercial de las imágenes basadas en los haluros de plata ha llegado a su cierre. La mayoría de las tomas de cámara hechas hoy no producen ningún objeto tangible.

Las cosas que ahora se llaman fotografías no están hechas de materiales sensibles a la luz. La fotografía es ahora una rama de la tecnología de la imagen. Sea lo que sea lo que hemos ganado con estos cambios, inevitablemente, algo hemos perdido. Ángel podría habernos hablado de lo que se ha perdido y de lo que debería ser recordado.

La Conservación de Fotografías también ha cambiado, también con la pérdida de Ángel. Esta publicación es una forma apropiada para honrar su contribución, pero nunca podrá transmitir el lugar que encontró en tantas mentes y corazones.




In Memoriam de Ángel María Fuentes de Cía

Fernando Osorio

Conocí a Ángel Fuentes de un sólo golpe.
Grant Romer lo llevó a México. En 1990 convivimos por treinta dos días en la Ciudad Universitaria. En esos días mi hijo Iván empezaba a caminar.  Con Ángel de la mano, dio sus primeros pasos en el parque donde pasábamos las tardes en caminatas que fueron el marco de discusiones sobre patrimonio, fotografía, historia de México y la leyenda blanca y la negra sobre la conquista del imperio azteca, que le fascinaba.

Subió a la pirámide del Sol, y la de la Luna y al Templo de Quetzalcóatl en Teotihuacán.

De mente inquieta y de un interés despierto en todo, lo mismo atendía un tequila doble, que un buen cigarrillo de los Delicados, sin filtro en papel de arroz que perseguía en cada estanquillo que se topaba en el camino.

En el pueblo de Emiliano Zapata, en Anenecuilco, en la casa natal del caudillo, nos tomamos la foto frente al mural del huerto mientras la hija de Emiliano contaba la historia del anillo de bodas de su padre, la mujer afirmaba: con mi madre sí se casó Emiliano, yo tengo la argolla de oro”. Ángel recordaría esas palabras y ese fortuito encuentro en sus visitas posteriores a nuestro país. A México lo hizo suyo.

Varias veces regresó como maestro visitante, otras como conferencista. Una fue en Oaxaca y después de muchos años de intervalo. Allí, desafiaba los moles y con los mezcales lograba enfrentar el picor de chiles frescos y secos.

Llevar a Ángel a México o a Buenos Aires, fue una empresa llena de sorpresas antes, durante y después del proceso de la misma. Muchas veces llegaba en pleno estado de convalecencia, ya fuera por que el anillo se la había atorado en el pasamanos, o porque un chico lo atropello con una bicicleta, o una anciana le tiró la valija en el empeine al subir al tren….otras vimos rodar a Ángel escalera abajo en el auditorio de Berzateguí, cerca de Buenos Aires….mientras hacia un comentario al ponente en turno empezó a caminar en busca del micrófono y en la penumbra no se percató del escalón, y de repente perdimos de vista al interlocutor pero no su voz que salía de los parlantes preguntándose que estaba pasando…

En Lisboa, en la ciudad vieja, nos sorprendió un diluvio, todos llegamos empapados a un bar, en ese encuentro Luis Pavao reunió a Solange Zúñiga, a Luís Priamo, a Sandra Baruki, a Françoise Reynaud, a Isabel Ortega, y en algún momento del seminario tuvimos que salir a recoger los machetes tras una fuerte discusión en la que Ángel enfrentó con demasiadas calorías. Bravo como toro de lidia. Ese encuentro todos los disfrutamos mucho, y lo cerramos con broche de oro en compañía el equipo de Pavao y sus familias, pues era un sábado, nos fuimos a Almada y cerramos un pequeño restaurante sobre el muelle a la orilla del Tajo, terminamos con la dotación de vino Periquita: Ángel negoció con la dueña, una anciana pequeña de estatura, la última ronda antes de tomar el ferry.

Siempre nos divertíamos, y siempre compartimos ese humor ácido, crítico y negro sobre las contradicciones de la vida, la democracia, la política, la desesperanza optimista…..su risa, su voz llenaban el contexto.

En la Rioja, en Logroño, se repitió la andanza. Ese fue Su encuentro, fue Su proyecto y no saben ustedes como se lo agradecemos y se lo agradeceremos ….Ángel siempre supo como reunir a sus amigos y supo para qué.

En noviembre de 2013 Ángel nos visitó para inaugurar la tercera etapa de cursos nacionales de conservación de patrimonio fotográfico, y luego viajo a Buenos Aires.

En esos días combinamos vernos con Grant Romer con la estrategia de mantenernos mas en contacto, y sólo por el gusto de compartir el tiempo juntos. Lo logramos en parte, de forma remota, pero de golpe, de golpe como lo conocí,  nos lo quitaron…y eso no se vale, como decimos en México…..una suerte conocer a Ángel, una suerte irrepetible….su recuerdo lo hace presente, sin lugar a dudas….

Ciudad de México 27 de agosto 2016.




Que veinte años no es nada. Mi recuerdo de Ángel Fuentes*

Isabel Argerich

El tango dice que veinte años no es nada; para mí, en cambio, los veinte años de amistad con Ángel Fuentes han significado mucho. Veinte años de seguirnos la pista y de contactos intermitentes, siempre con un sentimiento de confianza y de contento mutuo por encontrarnos, que es muy grato recordar.

Ángel decía que la culpa de la sincera amistad que nos unió la tuvo su tropiezo con una muñeca hinchable, y el consiguiente esguince de tobillo que le produjo; esguince que yo intenté aliviar con un más o menos afortunado vendaje. De esta historia solo es cierta la segunda parte; la primera se debe al humor vacilón de nuestro amigo, siempre dispuesto a la broma aun a costa de que lo imaginaras en una situación comprometida.

Todo ocurrió en Copenhague, en el taller internacional coordinado por Mogens S. Koch: Research Techniques in Photographic Conservation, que tuvo lugar del 14 al 19 de mayo de 1995 en la sede de la Academia danesa de Bellas Artes, al que asistieron científicos, conservadores y profesores de 15 países.

Creí que sería la única española asistente al taller. Acudí de las primeras, expectante por conocer a las figuras, "los popes", de la conservación fotográfica. Pronto llegó un grupo conversando animadamente. Entre los que lo formaban, uno cubría su cabeza con una elegante txapela, y su voz, algo grave, hablaba un inglés de acento peculiar; como supe después, ese era Ángel. Acompañado de Reilly, Nishimura y otros de sus colegas de Rochester. Ángel era uno más de ese grupo.

La conferencia trató temas esenciales de la conservación de fotografía. Fue una puesta en común del estado de las principales investigaciones en ese momento y de la metodología adoptada para llevarlas a cabo, participado por las personas que han sentado las bases de los criterios actuales para la conservación de la fotografía. Además, fue especialmente emotivo y singular el clima que creó la presencia del eminente químico especializado en foto-conservación Klaus B. Hendriks, ya diagnosticado de una enfermedad que, lamentablemente, le llevó a mejor vida poco tiempo después.

Con ese buen hacer de los daneses, la conferencia incluyó viajes a Suecia y -en barco por los fiordos- a Noruega para visitar instituciones relacionadas con la fotografía en ambos países, y para disfrutar de intervalos de ocio que posibilitaron el trato y el debate informal fuera del horario del programa de charlas. Con ese buen ambiente regresamos a Copenhague y, justo a la vuelta, cuando nos despedíamos en la Academia, es cuando Ángel tropezó y se torció el tobillo. Disimuló el dolor y la molestia, admitió un vendaje, y hasta su llegada a España no fue a ver si había sido algo más que una torcedura. Desde entonces nos consideramos amigos.

A lo largo de estos años, solo participamos juntos en contados trabajos: varios cursos de conservación organizados por el Instituto del Patrimonio y, especialmente, el libro editado por Bernardo Riego en 1997 Manual para el uso de archivos fotográficos. Iniciativa modesta que considero fue muy útil en su momento, por ser el primer libro editado en España que abordaba esta problemática.

Pero sí que estuve bien atenta a su trayectoria profesional, que le llevó a impartir sus numerosos -más de 300- e irrepetibles cursos de identificación y conservación de procesos fotográficos que han acercado este mundo a numerosísimos profesionales, archiveros, bibliotecarios etc. Irrepetibles especialmente por las dotes pedagógicas, generosidad intelectual y el ambiente cálido que Ángel -excelente persona y gran maestro- demostraba y sabía crear.

Otra faceta importante desarrollada por Ángel fue su labor como director, coordinador y/o preparador de equipos para el desarrollo de los proyectos de conservación de importantes archivos fotográficos de instituciones como el Palacio Real de Madrid. Junto a ello, su colaboración en iniciativas singulares, entre las que menciono el acondicionamiento del grafoscopio de Laurent, conservado en el Museo del Prado, para la exposición que tuvo lugar sobre dicho aparato en 2004 y el posterior mantenimiento del mismo en condiciones adecuadas; o la exposición Taxonomía del caos del año 2013 en el Museo Lázaro Galdiano, donde Ángel daba clases magistrales como parte de la muestra.

Pero entre las diversas actividades que llevó a cabo, las que considero más relevantes, son todas aquellas en las que Ángel utilizó sus espléndidos contactos internacionales para acercar a los profesionales españoles los más destacados investigadores extranjeros, aquellos que pude conocer en la Conferencia de Copenhague. Especialmente las diversas jornadas internacionales Huesca Imagen organizadas entre 1995 y 1998, o la conferencia internacional que tuvo lugar en Logroño en 2011 Conservación de Fotografía. Treinta años de Ciencia.

Por supuesto, quedan muchas cosas sin decir respecto a la carrera profesional de Ángel; numerosos trabajos acabados y otros en marcha cuando nos dejó, como la conclusión del Plan Nacional de Conservación de Patrimonio Fotográfico, de cuyo equipo redactor formaba parte. Pero la huella de su trayectoria se encuentra en numerosas instituciones, personas y publicaciones, y la de su amistad permanece en mí tan sentida y fuerte como si nos hubiéramos visto ayer.

*Agradezco a Mogens S. Koch que me haya facilitado fotografías del taller internacional en Copenhague para ilustrar esta contribución




El Serengeti

Jesús Cía Zabaleta

Conocí a Ángel el 15 de septiembre de 1964. Ambos teníamos nueve años y nos disponíamos a iniciar el primer curso de bachillerato en el nuevo Colegio el Redín en las afueras de Pamplona. El colegio era nuevo y los alumnos éramos nuevos, así que nadie nos conocíamos. Al bajar del autobús escolar, a las 9 de la mañana, enseguida me fije en Ángel. De baja estatura, regordete y con el pelo recién cortado al uno, gesticulaba y daba explicaciones con voz sonora a un grupito de niños que reían. Yo me acerqué por allí.

En seguida nos hicimos amigos, estábamos siempre juntos y pasábamos las horas extraescolares jugando en su casa o en la mía. Revisábamos nuestras colecciones de minerales y de monedas o leíamos libros de Tintín. No teníamos aficiones deportivas y, según recuerdo, no correteábamos por parques y jardines como hacían muchos niños.

En aquel moderno colegio teníamos profesores, tutores, preceptores y directores espirituales. Todo un equipo dedicado a la atención personalizada del alumno. Cuando teníamos 13 años uno de aquellos tutores se acercó a casa de mis padres para advertirles de que mi amistad con Ángel no era apropiada ya que éste era "bohemio" y "tenía ideas". Por lo visto que un niño tuviera ideas propias era muy inconveniente para aquel proyecto educativo. Afortunadamente mis padres conocían bien a Ángel e hicieron caso omiso de tal recomendación (supongo que tras acudir alarmados al diccionario); a mi me contaron la anécdota muchos años más tarde.

Pues claro que tenía ideas. Aparte de una gran afición a la lectura, tenía curiosidad por todo tipo de cosas, conversaba sin parar, tenía muy buena memoria y su originalísimo sentido del humor evidenciaba una mente ágil como ninguna y siempre en inquieto movimiento. Era capaz, al hilo de la conversación, de introducir ideas o partes de ellas cogidas de los sitios más dispares para apoyar un razonamiento, siempre jugando con el lenguaje para conseguir que las palabras digan algo más de lo que pueden. Esto lo hacía de pequeño y lo hizo siempre.

En la adolescencia, como es normal, perdimos toda consideración hacia la mayoría de los profesores y nos escapábamos de clase para dar paseos por las murallas de Pamplona hablando de música o de aficiones literarias. Pasábamos horas en librerías y tiendas de discos; rebuscábamos en las secciones de literatura, historia y pensamiento y aburríamos a los dependientes pidiendo que nos dejaran oir otra vez el último disco de Ten Years After, de Black Sabbatt o de Osibisa. Por las tardes acudíamos a alguna cafetería a conversar delante de un té, sobre Arreola, León Felipe, Rimbaud o Borges; como si fuéramos unos pedantes intelectuales en el café Gijón. Teníamos claro que el mundo era como lo hacían los artistas, así que queríamos ser pintores, músicos, poetas, cineastas, fotógrafos.

A los 16 años Ángel compró su primer equipo fotográfico, una cámara Asahi Pentax Spotmatic con varios objetivos, parasoles, adaptadores y demás impedimenta. Supongo que le conquistó el atractivo de una profesión con una gran carga tecnológica y el glamour que acompañaba (no sé si hoy también) al Fotógrafo, un profesional independiente que elige por los demás qué hay que ver de la realidad. Eran tiempos de gran actividad política y reivindicativa y Ángel hacía reportajes de mitines y manifestaciones para En Lucha, órgano de la ORT y para otros medios. Cómo no, siempre había tomas realizadas con alguna intención artística o, al menos, compositiva, pero Ángel nunca vio la fotografía como vehículo para su expresión personal ni se planteó publicar o exponer sus fotografías.

En 1973 se desplazó a Zaragoza para ir a la universidad. Ya en primer curso de Filología Hispánica conoció a Ángel Carrera, también navarro, quien se convertiría en su amigo y compañero de andanzas por el mundo de la fotografía durante mucho tiempo. En aquellos años de estudiantes frecuentaban el estudio del fotógrafo aragonés Gonzalo Bullón y fue tras aquellas visitas cuando ambos decidieron dedicarse definitivamente a la fotografía. Ángel me vendió su Pentax y se introdujo en el mundo Nikon comprando una F2. Por aquel entonces era un hippie de pelo rizado lleno de collares.

En 1977 Julio Álvarez, otro asiduo del estudio de Gonzalo Bullón, inauguró la Galería Spectrum Canon donde, además de exposiciones, se daban cursos de fotografía. Allí Ángel Fuentes y Ángel Carrera trabajaron durante muchos años como profesores de tecnología fotográfica. Hasta 1989, año en que Ángel se desplazó a Estados Unidos, impartieron decenas de cursos no solo de tecnología sino también sobre historia de la fotografía y sobre autores clásicos y contemporáneos. En un mundo sin internet ni proyecciones de ordenador, los cursos se resolvían con ingentes colecciones de diapositivas que recorrían el espectro de la fotografía de autor.

En 1982 Julio Álvarez, Ángel Fuentes y Enrique Carbó fundaron el Fotoestudio Spectrum, como empresa paralela a la galería, para dar todo tipo de servicios de fotografía profesional. Hacían fotografía publicitaria, reproducciones de obras de arte, tirajes de exposiciones (Ángel era un excelente copista), trabajos de conservación y copiado de fondos fotográficos históricos. Yo por aquel entonces me dedicaba al diseño gráfico y cuando tenía ocasión le encargaba trabajos a Ángel. Reportajes, catálogos, muebles de cocina, trabajo en general que siempre era enriquecedor y muy divertido. Fue inolvidable un reportaje que hicimos durante varios días con la Sinar P sobre la primavera en los bosques de Navarra. Además de ver árboles maravillosos elegimos muy bien dónde y qué comer y terminábamos los días llorando de risa.

Aunque la preocupación por la permanencia de la imagen estuvo siempre presente en el trabajo profesional del Fotoestudio (en la Spectrum se practicaba y se enseñaba la norma de copiado para alta permanencia) quizá fue el trabajo con los importantes fondos fotográficos de Ramón y Cajal, Compairé, Jalón Ángel, Mora, etc. la primera aproximación de Ángel al mundo de la fotografía antigua y a los problemas de su conservación. A partir de estos trabajos amplió su formación recopilando la poca literatura en inglés que se podía encontrar en España sobre este tema.

En 1983 Ángel se casó con la fotógrafa y profesora de inglés Cuca Pueyo, quien además de ser su colega y amante hasta el final, sostuvo siempre sus estudios e investigaciones. Colaboró con Ángel en muchos trabajos y, entre otras cosas, tradujo al español las publicaciones de la George Eastman House sobre conservación que llegaban a España en inglés.

Becado por la Diputación de Zaragoza, en 1989 Ángel acudió a Rochester para cursar el Certificate Program in Photographic Conservation and Archival Practice en el Museo Internacional de Fotografía en la George Eastman House (después disfrutó de otras becas de la DPZ y del Gobierno de Navarra). Según contaba Ángel, cuando apareció por allí el primer día, un hombrecito español con nombre de mujer que traía sus publicaciones traducidas al español, Jim Reilly y Grant Romer se quedaron estupefactos al ver que su recién inaugurado programa de estudios había provocado semejante interés tan lejos. Enseguida se percataron de que Ángel era un personaje extraordinario que ya sabía mucho de lo que allí se iba a enseñar. Entabló una gran amistad con todos y especialmente con Grant que duró hasta el final de sus días. Grant fue su maestro, su mentor, su amigo, su descubridor del fascinante mundo de la ciencia del siglo XIX. La daguerrotipia, la frenología, la masonería, la historia de la fotografía y de los fotógrafos, ocuparon desde entonces un lugar muy importante en los intereses de Ángel.

Volvió a España en 1992 cargado con toda la información que pudo: baúles de libros, apuntes y miles de diapositivas con micro y macro-fotografía de deterioros en todo tipo de materiales fotográficos. Las intervenciones que realizó en prácticas sobre originales en el IMP/GEH, en el IPI/RIT y en el CCI de Otawa las trajo igualmente documentadas en cientos de diapositivas. Este bagage, junto con la adquisición e instalación de un estudio en la Gran Vía de Zaragoza, le permitió iniciar la práctica privada de Conservación de Fotografías. Durante esta época fueron muchos los trabajos de conservación, restauración, asistencia técnica y asesorías realizados para instituciones españolas y extranjeras. Pero en Ángel siempre estuvo presente la necesidad de formar al colectivo dedicado a la custodia de fondos y colecciones fotográficas. Para ello, el estudio estaba dotado de diez puestos de trabajo con instrumentos y lupas binoculares y de un sistema de circuito cerrado de televisión para impartir cursos. Allí se enseñaba identificación y conservación de procesos fotográficos históricos, fabricación de sistemas de protección directa, realización de informes de condiciones, duplicado de negativos, etc.

En 1998 fundamos la empresa Conservación y Acceso de Archivos Patrimoniales (CAAP) para añadir a los servicios que Ángel venía ofreciendo en su estudio, los de catalogación, bases de datos, conversión digital y facsimilación de documentos fotográficos.

Ángel siempre compatibilizó su trabajo en el estudio con los cursos que cada vez le eran más solicitados. Con el tiempo esta fue su principal actividad, la docencia junto con la participación en grupos de trabajo, asociaciones profesionales y centros de estudios, siempre velando por la alta cualificación de los profesionales dedicados a la preservación del patrimonio. Basta echar un vistazo a su brobdingnagiano currículum para ver de qué fue capaz a lo largo de su carrera.

Fue fácil y también difícil trabajar con él, fueron muchas horas de conversaciones, de estudio, de trabajo tedioso y muchos viajes. Trabajamos para archivos y museos de toda España y recorrimos las carreteras cargados de placas fotográficas disfrutando como niños del trayecto y de las paradas para comer o dormir. Muchos hosteleros y dueños de posadas echarán de menos su conversación y el espectáculo de verle saborear una perdiz en escabeche, una carne asada o unos cangrejos cogidos del río la noche anterior. El último viaje que hicimos juntos fue a Mérida pocas semanas antes de su fallecimiento, bebimos vino de Toro y paseamos por los Llanos de Cáceres. En el coche charlábamos o cantábamos a gritos, repasábamos cuestiones de trabajo o me hablaba de planes con unos u otros colegas conservadores. Siempre había un rato (largo) para recordar a amigos, novias o anécdotas del pasado y su vasta memoria traía al coche situaciones o personas que yo ya no recordaba. Todos los amigos que llegaron a su corazón se quedaron allí para siempre y Ángel preguntaba por ellos, sabía qué hacían y cómo les iba en la vida. En palabras suyas, en su corazón podían pastar todos los ñus del Serengeti.



Una semblanza de Ángel Fuentes a través de la mirada de su hermano Andoni y de los recuerdos de Fernando Osorio, Isabel Arguerich y Jesús Cía que compartieron con él amistad y vivencias profesionales

Bernardo Riego

Me ha encargado Joan Boadas que haga de relator de los emotivos textos que solicitó a tres de las personas que tuvieron relación profesional con Ángel en diferentes lugares. A ellos se suma la mirada de su hermano Andoni Fuentes que nos muestra la faceta más personal y el devenir biográfico de una persona a la que todos quisimos y supo ganar nuestros corazones por su especial forma de ser. Esta tarea resulta para mí una de las experiencias más emotivas frente a la pantalla del ordenador, siento mucho no poder estar presente en Girona en ésta edición tan especial por ser la del primer homenaje a Ángel, pero cómo nos ocurre a todos, llevo siempre su recuerdo en el mejor lugar de mi corazón, con la conciencia de hemos tenido la suerte de que, un ser tan especial cómo Ángel Fuentes, haya pasado por nuestras vidas.

Su hermano Andoni, nos muestra a un Ángel Fuentes de Cía, muy inteligente y rebelde en una sociedad que no distaba mucho de las del resto de aquella España gris en la que la convirtió el franquismo. Estamos ante percepciones compartidas de un mundo estrecho y asfixiante, lo que en su caso significó su marcha a Zaragoza, el descubrimiento de la Fotografía y su camino hacia el campo del Patrimonio en la que llegaría a ser maestro de tantos de nosotros. Es especialmente emotivo el descubrimiento por parte de Andoni de todo ese mundo cultural tan rico, al que habíamos vivido ajenos nuestras generaciones y que gracias a personas con la sensibilidad de Ángel cobraba todo su valor frente a la nimiedad cultural del franquismo que se derrumbó ante nuestros ojos en los primeros años de la década de los setenta cuando descubrimos definitivamente todo un mundo que estaba fuera. Andoni resalta una faceta de Ángel que muchos ignorábamos y es su vinculación a la masonería, que efectivamente es un compromiso con el poder de la razón. Ésta adscripción de Ángel Fuentes a una de las tradiciones humanistas tan importantes como es la masonería, señala otra de las características de su brillante e inteligente personalidad que Andoni destaca, es que por encima de todo Ángel tenía una mente renacentista o ilustrada, y que era hombre de su tiempo y a la vez persona de todos los tiempos.

Fernando Osorio, desde México nos da la impronta latinoamericana de Ángel Fuentes de Cía, esa persona vital, llena de curiosidad que disfrutaba al límite de todo, que se empapaba de experiencias como nos cuenta Fernando, cuando lo recuerda subiendo a las pirámides aztecas o conociendo a la hija de Emiliano Zapata, gozando de las cosas cotidianas, y siempre retándose, cómo hacía en éste caso, con los sabores de la cocina mexicana mientras transmitía lo mejor de su conocimiento y de su amistad, sin reservas ni cortapisas. Amigo de sus amigos que disfrutaban con su presencia, con su amistad y con esa vitalidad que subyugaba. Los recuerdos de Fernando Osorio de sus viajes a Bueno Aires, una ciudad que Ángel adoraba y donde tenía muchos amigos ganados uno a uno con su deslumbrante personalidad, y como muy bien dice nuestro colega mexicano: "pero de golpe, de golpe como lo conocí, nos lo quitaron... Y eso no se vale, como decimos en México... una suerte conocer a Ángel... una suerte irrepetible..."

Isabel Argerich fue la persona que a muchos nos conectó con Ángel Fuentes, pues fue la primera especialista que lo conoció antes de que fuera un profesional de referencia entre nosotros. Cómo cuenta Isabel en sus recuerdos, lo conoció en Copenhague en Mayo de 1995, todavía era desconocido entre los que nos dedicábamos al patrimonio fotográfico en España en sus diferentes facetas. Ángel estaba con el grupo de Rochester e Isabel Argerich destaca dos matices típicos de su personalidad: su atrevido sentido del humor y una elegancia un tanto extravagante que siempre tenía y que reforzaba con sus chispeantes e inteligentes ojos que antes que su vozarrón se conectaban y atrapaban a las personas. Ángel tenía ese punto divertido de hacer de sus malos momentos una aventura para compartir, como la anécdota que cuenta Isabel del esguince de tobillo y las atenciones que tuvo que darle, vendaje incluido. De algún modo Isabel Argerich fue la introductora en España de Ángel, y uno a uno (y una a una) fuimos cayendo rendidos por esa generosidad intelectual que resalta Isabel y el ambiente que sabía crear. Era un excelente director de orquesta y no solo aprendías con él sino que te hacía, al poco de conocerlo, uno de sus nuevos incondicionales. De su extensa labor profesional Isabel Argerich resalta, como lo hizo Fernando Osorio, el encuentro de Logroño en 2011 y las Jornadas de Huesca Imagen entre 1995 y 1998. Es cierto que la huella luminosa de Ángel Fuentes ha quedado en muchas instituciones para las que trabajó y en tantas y tantas personas a las que formó y termina con una sensación que muchos compartimos, que a Ángel, su presencia y amistad todavía la sentimos entre nosotros "cómo si nos hubiéramos visto ayer".

Cierro éste relato con los recuerdos de Jesús Cía, amigo del colegio con el que transcurrió una parte de su adolescencia y trabajó en diversos proyectos profesionales cuando Ángel comenzó la práctica fotográfica en diferentes facetas. A través de Jesús vemos las huellas juveniles de la personalidad de Ángel Fuentes, brillante, inquieto de mente rápida y que preocupaba a algunos porque "tenía ideas". Aparece el Ángel Fuentes comprometido con su trabajo y los pasos desde la Galería Spectrum de Huesca y el trabajo con el archivo de Ramón y Cajal que le llevan a interesarse por el patrimonio fotográfico y a convertirse en el maestro indiscutible de ésta especialidad tras su paso por Rochester y su amistad con Grant Romer que, cómo buen maestro, le "inició" en tantos aspectos que fueron fundamentales para Ángel. Quiero destacar también, siguiendo el texto de Jesús, la esencial figura de Cuca Pueyo, su esposa y generosa compañera, que le apoyó siempre en su formación y en su trabajo. Y aparecen personas que además de Jesús trabajaron profesionalmente con Ángel en algún momento, como Enrique Carbó, Ángel Carreras y Julio Álvarez el creador de la Galería Spectrum que tanta importancia tuvo en aquellos años de revitalización cultural de la Fotografía donde Ángel Fuentes y Ángel Carrera trabajaron hasta que Ángel partió para Estados Unidos a aprender procesos de conservación fotográficos con los que luego formaría a tantos especialistas y haría tantos amigos como ahora tiene, con la sensación de que alguien muy especial ha pasado por nuestras vidas y se ha quedado para siempre en nuestra memoria y en nuestro corazón.