Cronología

1955- Nace en Pamplona el día 12 de marzo.
1978- Se licencia en Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza (1973-1978)
1986- Empieza a escribir como crítico de fotografía en el periódico El Día de Aragón (1986-1988)
1989- Se traslada a Rochester, N.Y. para estudiar en el Laboratorio de Conservación del International Museum of Photography at the George Eastman House y en el Image Permanence Institute, Rochester Institute of Technology (1989-1992)
1993- Regresa a España y realiza un curso de dos años en Restauración de Patrimonio Cultural en la Escuela Profesional de Bellas Artes de Zaragoza (1993-1995)
1995- Dirige el Seminario internacional La Preservación de las colecciones fotográficas en Huesca Imagen (1995-1998)
1997- Funda junto a Jesús Cía la empresa CAAP (Conservación y Acceso a Archivos Patrimoniales)
2001- Dirige el proyecto Centro Internacional de la Fotografía, CENIF de la Fundación Madrid Nuevo Siglo (2001-2002)
2011- Dirige la conferencia internacional 30 años de ciencia en la conservación de fotografía celebrada en Logroño.
2014- Fallece en Zaragoza el día 8 de junio, a los 59 años.

Perfil biográfico

Andoni Fuentes de Cía

Ángel Fuentes de Cía nació en Pamplona el 12 de marzo de 1955. Fue el primer vástago de una familia tradicional y conservadora, económicamente acomodada, que crecería hasta los cinco hijos.

Ángel mostró desde su infancia una precocidad e inteligencia manifiestas: dio sus primeros pasos con diez meses y empezó a leer y escribir antes de alcanzar los cuatro años.

La capital navarra era por los años sesenta una ciudad anodina y pacata en la que la gente trabajaba seis días a la semana y se aburría el séptimo. La vida cultural era escasa y el único solaz de los pamploneses ocurría cada seis de julio con el chupinazo anunciador de la fiesta de San Fermín, de la que Ángel gustaba poco.

En ese ambiente, el siempre inconformista Ángel adolescente tenía difícil encaje: él demostró siempre ser decididamente independiente y nada convencional y los mundos sociales y culturales que frecuentaba hacían de él un "enfant terrible", algo que evidenciaban también su atuendo y aspecto, más propios de un hippie de Woodstock que de un preuniversitario pamplonés. Como estudiante fue polémico entre sus profesores de bachillerato: unos lo tenían por un genio y otros lo consideraban un contestatario irreductible que desbarataba la estricta disciplina de clase, lo que al final devino en una invitación forzosa a abandonar el Colegio del Redín del Opus Dei. Ángel gustaba tanto de las asignaturas de letras como de ciencias, aunque era el latín, quizás, la que más placer le producía.

Cuando terminó COU, en el que había mezclado asignaturas optativas de ambas ramas y, estigmatizado, vio como se le cerraban las puertas de la Universidad de Navarra, tuvo que desplazarse a realizar su carrera a Zaragoza, un oasis de tolerancia y apertura en la rancia y carca España del tardofranquismo. Allí se presentó a los previos de Medicina y Filología Hispánica, aprobando ambos y decantándose finalmente por la segunda opción para disgusto de mi madre, hija de médico, e indiferencia de mi padre.

Siendo Ángel una persona comprometida en lo social, crítica en lo político y alejado de dogmas en lo intelectual, no es de extrañar que colaborase con partidos políticos clandestinos en los estertores de la dictadura. Fue detenido y fichado y sufrió la privación del pasaporte durante muchos años y su expediente policial lo describía como individuo desafecto al régimen y peligro nacional.

Mi relación juvenil con Ángel fue relativamente escasa dada nuestra diferencia de edad y se tornó en parca cuando él marchó a Zaragoza. Su mundo, el de sus amigos Fernando López o Jesús Cía, estaba tan lejos del mío que nuestras vidas apenas se cruzaban. Sin embargo, yo espiaba e imitaba secretamente a esas personas que me parecían gigantes intelectuales: gracias a ellos escuché por primera vez a King Crimson y John Mayall, leí a Fernando Pessoa y Walt Whitman y aprecié el arte underground y el cine de Orson Welles. También descubrí de ellos que no ir a misa no entrañaba obligatoriamente un pecado mortal y que el cura de la parroquia no tenía la patente de la moral, de la fe y de Dios.

Fue en sus años universitarios cuando surgió en Ángel el interés por la fotografía, la cual explotó como medio de subsistencia como profesor, en su tiempo en la facultad.

Ángel sobresalía con inusitada brillantez en cualquier actividad intelectual que comenzaba y gustando de la física y la química, de la técnica, de la historia, del arte y sobre todo, del reto de lo difícil y lo desconocido, no es de extrañar en absoluto que se enamorara apasionadamente de algo tan complejo, arduo y subyugante como es la conservación y restauración de patrimonio cultural sobre soporte fotográfico.

Ángel era un trabajador infatigable y un lector voraz e insaciable, lo que unido a su insomnio y al apoyo total de Cuca, la mujer que dio sentido a su vida y con la que se casó a los veintiocho años, se sumergió por completo en el estudio y especialización en un campo profesional que justo arrancaba en España. Pronto se dio cuenta de que era necesario marchar al país donde la ciencia de restauración y conservación fotográfica estaba más avanzada: los Estados Unidos. "Natural hermano: allí no tienen catedrales ni patrimonio anterior al siglo XVI que cuidar", decía. El caso es que con el patrocinio de la Diputación Provincial de Zaragoza, del Gobierno de Aragón, de la Diputación Foral de Navarra y -principalmente- del sueldo de Cuca, Ángel se embarcó en 1989 para las Américas para realizar un máster en Conservación de Fondos Fotográficos en el Museo Internacional de Fotografía en la George Eastman House y en el Instituto de Permanencia de la Imagen del Instituto de Tecnología de Rochester, estado de Nueva York.

Poco le importó su inglés macarrónico: "Andoni, con el latín vas a todas partes", aseveraba. El caso es que debía tener razón porque la lengua no fue un problema y en poco tiempo dejó su impronta -a decir de alguno de sus, primero profesores y más tarde grandes colegas y amigos- como uno de los alumnos más destacados que haya cursado en esos centros.

Cuando Ángel volvió a España en 1993, realizó un curso de dos años en Restauración de Patrimonio Cultural en la Escuela Profesional de Bellas Artes de Zaragoza, el cual compatibilizó con su creciente trabajo de restauración, conservación, asesoramiento y enseñanza.

Una de las facetas más desconocidas de Ángel era su pertenencia a la Masonería. Siempre se había sentido atraído por los principios que ésta ampara: su apoliticismo y laicidad, sus valores universales en defensa de la libertad, igualdad y fraternidad. El caso es que Ángel se inició francmasón en Rochester y a su regreso a España se afilió a la logia Santiago Ramón y Cajal nº 35 en Zaragoza y en el Supremo Consejo del Grado 33 donde llegó a ser grado 33º activo, trabajando incansablemente por devolver el prestigio arrebatado a la institución por cuarenta años de dictadura. Vivió y murió como masón y llevo su mandil de aprendiz ceñido a la cintura en su postrer viaje.

De los errores que Ángel pudo cometer en su vida, el más grueso fue el de nacer en el siglo equivocado: alguien como él debería haber vivido en la Florencia renacentista de Dante Alighieri en el siglo XIV o en la Francia de Denis Diderot a mediados del XVIII con quien habría podido disfrutar en la redacción de la Enciclopedia.

Admito abiertamente que es pasión de hermano, pero yo no he conocido ilustrado alguno como Ángel, cuyo conocimiento de todas las disciplinas del saber humano era tan profundo como sutil. La capacidad que Ángel tenía de transmitir ideas, sensaciones y sentimientos, saber en suma, no tenía parangón. Aquellos que participéis del Memorial Ángel Fuentes disfrutaréis de la visión del mundo de un ser irrepetible que enriqueció nuestras vidas y hace más soportable su ausencia con su legado y su recuerdo.